sábado, 6 de octubre de 2012

Jugar a la goma



Estaba en el súper comprando esas cosas que compran las mujeres modernas y ocupadas, que tienen la vida hecha y empaquetada en tetra pack. Leche descremada. Pinza de cejas. Repuesto del desodorante de baño. Un vinito para el finde? Así, concentradísima en domesticidades, cuando de repente me sentí observada.

Ella me miró. Me miró y me llamó descaradamente. La miré de reojo y sonreí cálidamente, algo se entibió en el aire. Después quise ser indiferente, educada pero indiferente. Pero fue inútil. Ella seguía llamándome, ahora a los gritos, y por mi primer nombre, la muy atrevida! No el primer nombre que figura en mi cédula; el primer nombre que yo recuerdo. Mi nombre de infancia. Que no era Carola, sino “Carolita”.

Volví y la toqué. Y le seguí la conversación, porque no me daba tregua. Pucha que yo te deseaba, maldita, le dije. Si le habré rogado a mi mamá que me dejara comprarte! Porque la ‘goma’, la cinta elástica con que jugábamos todas las tardes era de la vecinita, y cuando ella se cansaba yo quería seguir jugando. Si habré mezquinado cuanta ‘goma’ lograba tener y guardar y usar hasta el cansancio.

Y claro, mi práctica mamá hacía malabarismos para dividir su sueldo en comida, útiles escolares, ropa, salud y todo lo que cinco nenas requerían para tener una infancia decente. Mi práctica mamá. Mi tonta mamá, que eventualmente se dejaba ganar por los malcriados llantos de la mini tirana que le exigía dinero para ir a la mercería a comprar unos metros de goma! Esa simple y ordinaria cinta elástica blanca que para mí valía más que las Barbies, que ni las conocía, más que la comida, que la ropa y las otras cosas que la gente aburrida consideraba necesarias. Que representaba horas y horas de diversión, y que ahora mirándola en el súper me parecía algo tan simple, chiquito y ordinario!

Así charlaba yo con la cinta elástica del súper, sólo para ser cortés, pero aclarándole que ahora yo ya estaba muy adulta y complicada para dignarme considerarla entertainment. Ahora, si quiero divertirme salgo con mi marido, o recibimos amigos en casa, le explicaba. Y mirá mis zapatos altos, ya no soy esa nenita descalza que te idolatraba. Así le decía a la ‘goma’, de una forma condescendiente, madura y ultra-convencida. Sorry, cinta elástica, no encajás en mi vida de hoy, me encanta verte y recordarnos, pero no te voy a llevar a casa aunque ahora puedo. No.

Siete mil guaraníes más tarde, salíamos la goma y yo del súper.

Salíamos de la mano, sonriéndonos en complicidad total. Lo haría? Jugaría con ella de nuevo? Nah, sólo la voy a mirar con nostalgia y recordar algunas cosas, pensé. Después de todo, no era cualquier cosa jugar a la goma. Había que tener estado físico! Y como mínimo se requerían tres niños, aunque eso nunca fue problema para mí. Mientras hubiera un par de sillas, o una silla y una puerta, o una puerta y un árbol, o un árbol y un tío malcriador que fungiera de poste, yo podía jugar a la goma. Hasta la hora que me obligaran a dormir. Y desde la hora que lograba escapar de la tiranía de la cama.

OK, de vuelta a esta década: en casa, esa tardecita, mi marido no estaba. Sin pensarlo mucho, al llegar tomé un par de sillas del comedor, y las puse de espaldas una con otra, a 3 o 4 metros una de otra. Corté unos metros de la goma, até los dos extremos, con un enorme respeto por cada parte de este ritual -la distancia entre las sillas, los nudos de la goma. La solemnidad infantil de ese momento, e increíblemente, los recuerdos agolpándose a medida que lo llevaba a cabo. El olor del depto donde vivíamos. La voz de mi nonna pidiéndome que no saltara tan alto, que me podía lastimar. Las cortinas de crochet tejidas por mi tía. El color entre marrón y granate de las sillas de madera. Mi indiferencia total a todo lo que no fuera la goma.

El corazón me empezó a latir más fuerte. Espié hacia la entrada. Fabián no está viniendo, verdad? Me muero si me ve. Conoce mi lado pavote, soporta mis patitos de goma y mis DVDs de veggietales, pero esto... no, mejor no.

Ensarté dos extremos de la goma en las sillas... y empecé a jugar a la goma. Creo que al comienzo mi cara estaba roja de la vergüenza, del miedo de que alguien me viera... o habrá sido el esfuerzo de los saltos, qué sé yo. El caso es que después de un rato, la adulta que habitaba en mí dejó de hablar y quejarse y preocuparse, y Carolita entró en escena y empezó a jugar a la goma. Ella y la goma se conocieron y se reconocieron al instante, y el resto es historia.

Claro, cuando empecé a hiperventilar recordé mi edad biológica. Y le dí un descanso..ehm.. “a la goma”. Increíble, pensé mientras recuperaba el aliento con un atragantado vaso de agua, todo esto, todo lo que me divertí y lo que recordé y lo que sentí, me costó sólo siete mil guaraníes, siete-monedas-de-mil. Wow.

Pensé que no es cuestión de tener cinismo con respecto a cuánta tecnología y complicación tienen los chicos de hoy para jugar. Mis sobrinitos dominan el Wii y siguen siendo tan inocentes y creativos como era yo a su edad. Diferentes formas, mismo fondo. Los tiempos cambian y bendito sea el progreso. No se trata de eso.

Simplemente fue lindo recordar cada tanto que la misma persona que entra de tacos altos a comprar vino del súper puede salir descalza y feliz con el juguete más simple y barato del mundo. Es lindo saber que las cosas más lindas de la época más linda sólo se van del todo si se lo permitimos. Y aún así, son tan nobles que si décadas después entramos en razón y las queremos hacer volver, están a una llamada de distancia. Y encima, las que llaman son ellas. A nosotros sólo nos toca animarnos a escucharlas.

Cuando mi respiración volvió a la normalidad, devolví las sillas a su lugar en el comedor, y volví a yo la anormalidad. A mi adultez.

Pero la goma se quedó conmigo, la guardé en mi mesita de luz. Porque la voy a usar de vez en cuando, será mi cable a tierra.

Metafórica y literalmente hablando.

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Addendum (octubre 2012): Esto lo escribí hace tiempo, para una revista que no la llegó a publicar. La situación actual es que días atrás mi gatito se morfó un pedazo de la tal goma, y su cuerpito le dio su opinión al respecto en forma de diarrea y vómitos estratégicamente distribuidos por la casa.
El olor, digo, horror de laescena fue tan devastador, que quizás sea una señal. Quizás tenga que deshacerme de la parte sobreviviente de mi elástico recuerdo de infancia..

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