viernes, 21 de enero de 2011

De cucarachas y otras yerbas


Se suponía que sería una noche perfecta, después de un día perfecto. De un fin de semana perfecto, mejor dicho. Un finde largo en que nos escapamos a Foz. El clima había estado lindo, hotel bueno, todo. Una mini luna de miel, un mini-break que necesitábamos. Y después, el placer de volver a casa, dormir en nuestra propia cama, relajarnos un ratito antes en la sala. Escena perfecta, hasta que yo corté el ambiente al grito de…

UNA CUCARAACHAAAAA!!!!

Sipi. Soy re fóbica con las alimañas, y no pienso hacer terapia. Quiero que me den asco siempre. Fabián acudió, mi héroe, y de un zapatillazo la mandó al cielo de las cucarachas. Que supongo debe ser un basural grotesco y maloliente con moscas verdes y... aaaarggh, quién me manda imaginarme eso?

Pero después apareció otra. Y otra más. Y más el martes. Esa noche la situación llegó al límite –y ahí supe que lo mío raya lo patológico. Porque a las 2 a.m. desperté con ganas de ir al baño. Fui, encendí la luz, y una de estas indeseables estaba recorriendo impunemente el piso que yo iba a pisar, descalza! Demás está decir que no entré al baño: grité, volví a la cama y dormité el resto de la noche apretándome la vejiga -y soñando con las cataratas de Foz y su ruido -ruido torturante demás si te estás aguantando las ganas de hacer pipí.

Y ya saben cuál fue la primera tarea de Fabián al despertar.

“Te aguantaste desde las dos???” me preguntó, incrédulo. Quiso hacerme entrar en razón pero lo corté parafraseando a Mónica de Friends: Fabián, prometiste amarme en la salud y en la enfermedad. Ésta es mi enfermedad.

Así que más tarde contraté a Zuni, la chica que nos ayuda en casa, para un operativo matanza. Hubo limpieza a fondo como nunca antes, yo trabajando a la par de Zuni para mayor eficiencia. Cuando Fabián llegó a casa esa noche quedó paralizado en la puerta: placards vacíos, ropas por todas partes, muebles dados vuelta, cajones acá, libros allá. “Deja vu de la mudanza” murmuró casi temblando, mareado por el olor a insecticida. Pero es un hombre sabio, el pelado. Sabe elegir sus batallas. Se resignó a apoyar el operativo, intuyendo que era mejor buscar sus calzoncillos en la sala que pasar otra noche y madrugada como la que les conté.

Lo bueno es que esa noche la planta alta había casi vuelto a la normalidad, y había un olor a limpio frenético, furioso. “Ahora vas a dormir bien, amor”, me dijo Fabián, más como súplica que como afirmación. Y Zuni volvió a su casa con medio placard mío a cuestas, que le regalé no sé si porque tenía muchas ropas que ya no usaba, o de la emoción y agradecimiento por haberme “salvado”. Así que al final del día, estábamos todos contentos.

Qué bueno que hicimos esto, dijimos finalmente. Este es el “spring cleaning”, la limpieza profunda que teníamos que haber hecho al mudarnos, y de paso ordenamos todas nuestras ropas, regalamos un montón, encontramos documentos que nos faltaban… hace tiempo teníamos que hacer todo eso. Y tuve que admitir que las cucarachas que me dieron tanto asco me hicieron un favor. Si se hubieran mantenido escondidas, yo habría estado tranquila, y no me habría tomado el tiempo de priorizar esta limpieza -ni habría descubierto justo a tiempo su guarida estaba en mi placard, en una caja de cartón! Aaaaaaarghh.

Como la filósofa que vive dentro de mí convive con la fóbica que ya mencioné, la primera tomó la palabra ahora. Y me mostró un paralelismo con nuestros conflictos y crisis personales. Qué feo, qué desagradable es cuando un conflicto te baja de un hondazo en el momento más inoportuno. Y cuando creés que lo mataste aparece otro, y otro, y otro, y resultó que abriste una caja de Pandora. Un día todo está lindo, al día siguiente la casa que somos nosotros alberga una guarida de cucarachas con las que veníamos conviviendo sin saber.

El mejor arma de muchos problemas recurrentes es el perfil bajo. Se quedan quietitos donde están, y se aseguran la residencia permanente si se manejan con discreción. Muchas veces “solucionamos” por años una fiebre –un síntoma- con medicina antifebril, mientras dentro nuestro una infección sigue creciendo. Es imposible “matar” a un monstruo que no salió a la luz. El primer paso para eliminarlo es… saber que existe.

Con nuestra humana tendencia a buscar el placer y huir del dolor, difícilmente hacemos un “spring cleaning” de nuestra vida, si una urgencia no nos obliga. Normalmente no elegimos sacrificar, porque sí nomás, un momento de comodidad o relativa paz para lidiar con asuntos desagradables. Y es por eso que las crisis son necesarias. Nos hacen ver lo que hay, ya mismo, y tomar decisiones y hacer cambios. Y nos hacen posponer otras actividades que había sido no eran tan importantes.

Podemos ver salir a un monstruo y esquivar la mirada. Podemos preguntarnos “¿por qué a mí, por qué ahora, por qué así?” O bien, podemos mirarlo a los ojos y sacarle información –información necesaria- y luego, dictaminar su desalojo.

Esto último es lo más difícil (oh, sorpresa). Pero con esto último, la crisis sí vale la pena. Nos conocemos un poquito más. Descubrimos nuestros límites. Elegimos batallas. Aprendemos en qué hemos cambiado. Nos damos cuenta que somos tan humanos y vulnerables como cualquier otro, en cualquier momento. Hasta ahí lo teórico.

Lo práctico? Recuperamos cosas que se nos habían perdido, o estaban escondidas y nos habíamos olvidado de cuán importantes eran. Y nos deshacemos de cosas que ya no necesitamos y ocupan lugar demás en nuestras vidas. Hacemos lugar para cosas nuevas.

No, no pensé que podría escribir algo constructivo gracias a algo tan grotesco. Pero como decía, la fóbica que vive en mí es concubina de la filósofa.

Gracias, Dios, por las crisis.

Y mil gracias por el Raid :D