sábado, 15 de noviembre de 2008

Señales de que estoy envejeciendo

Pucha que la vida no es igual después de los treinta. Hoy estaba peleando con mi cabello –sí, mi largo y brillante cabello, que tanto yo presumía que nunca usaba shampoos caros, ni me lo teñía, ni usaba secador... Y ahora se le da por vivir con frizz. Y como a las mañanas yo estoy en piloto automático, lo último que necesito es tener que usar mi inexistente paciencia para amansar mi look "lamida de vaca" con alguna crema. Por qué tanto frizz ahora? pensé. Se me cae tanto pelo!

Y me salió la mala palabra -o mala frase-, esa que una vez que empezamos a usar, ya sonamos: "Antes no me pasaba esto".

Soné :(

Al menos le estoy cumpliendo el sueño a mi esposo, él siempre decía que quería que envejeciéramos juntos.

También tengo otras señales de incipiente "madurez": ya no hago dietas drásticas para el verano. Ya no busco bajar 8 kgs en una semana comiendo… no, comiendo no, compartiendo una manzana con alguna amiga tan tarada como yo. Ya no me desespero por estar espléndida la primera semana de setiembre –espléndida léase: bronceada como una mulata, y flaca como un espárrago. Un espárrago negro, eso.

Nah, ahora la tipa curte onda tranqui en la playa untando sus kilitos de más -y la creciente calvicie del marido- con bloqueador Factor Protección Solar 900, y sermoneándole sobre el agujero de ozono… mientras acaricia su cabellera debidamente domada con crema anti-frizz. Quieta ahí, quieTAAA!!

Ahora mis dietas veraniegas dejaron de ser cosas "adelgazantes" y pasaron a ser cosas "sanas".
Patético. Estoy vieja.

Hay otra señal de madurez… (sí, es más "sano" decir madurez que "vejez"): Otra señal es cuando dejamos de culparle a Dios de lo que "nos pasa", es decir, de las consecuencias a largo plazo de nuestras decisiones diarias.

Una amiga que vive (sobrevive) con un marido mujeriego, me dijo hace poco: "Dios jamás me respondió a mí, y yo siempre trato de hacer las cosas bien, de ser buena esposa, ¿por qué Dios me abandonó si yo también soy su hija, por qué no le importa mi sufrimiento, no me ayuda con mi esposo?". Enojada con Dios y pidiéndome que ore por ella.

Yo no le dije, pero les confieso que esto es lo que le quise decir: "no, no voy a orar más por vos, ya oré y Dios ya escuchó. Ahora dejá de orar y empezá a escucharlo vos a él".

Le quise decir "Dios sí te respondió, y te mandó gente, libros, señales, músicas, informaciones; para que supieras lo que tenías que hacer sobre tu situación matrimonial. Pero tuviste miedo y preferiste no seguir esos consejos que te parecían drásticos. Y aplicaste tu propia sabiduría, tratando de salvar tu matrimonio de una forma que a vos y tu esposo les fuera menos dolorosa".

Le quise decir "Dios sí te respondió y vos le dijiste No gracias, mi plan es mejor. Y le dijiste un clásico: te ruego que bendigas mi plan. Y ahora que estás en crisis otra vez, en vez de agradecerle a Dios porque te dio su respuesta perfecta, te quejás de él porque no prosperó tu plan, ese plan que tantas veces te demostró y seguirá demostrando que no funciona".

Esta amiga hizo lo que muchos hemos hecho alguna vez. Podemos seguir quejándonos cuando una situación nos duele y en el fondo sabemos que hay otros métodos de lidiar con ella. Podemos acusar a Dios de indiferencia y hacerle los berrinches que criticamos en los niños. Pero cuando no reconocemos Su sabiduría superior y cuando no aceptamos Su consejo, lo lógico sería que tampoco esperemos su ayuda. Lo lógico sería que, si seguimos con algunos planes gastadísimos, bienintencionados y forzados (y llenos de "fe"), también sigamos con nuestra propia "bendición" a través de los años. Porque la bendición de Dios va siempre acompañada por su justicia. Una "mirada perfecta" a un plan, no podría incluir un "hacerle la vista gorda" a motivaciones erróneas o a pequeños daños ocultos.

Lo triste en algunos problemas recurrentes es el no darnos cuenta de que, si aceptáramos pasar por la incertidumbre que implica hacer algo a la manera de Dios, veríamos resultados diferentes. Y mientras esto no ocurre, las oraciones piadosas de amigos intercediendo por mi crisis, no logran nada… Porque mi libertad de elección se interpone en el camino de la intercesión de los otros. Y de la ayuda de Dios. Mi libertad es la que manda, siempre.

Supongo que es prerrogativa de los más jóvenes (o los menos maduros), la priorización de la apariencia en vez de la salud, las dietas drásticas, las reacciones extremas, o las bebidas baratas pero abundantes. Y quizás sea prerrogativa de ellos también "amar" a Dios con amenaza incluída, amenaza de ateísmo ante la falta de las respuestas que ellos quieran escuchar.

(OK, convengamos que hay por ahí una partida de jóvenes sabios que aprenden todo esto más temprano y se ahorran dolores de cabeza mucho antes que nosotros los del promedio … a ellos, nuestra eterna admiración!!)

En cuanto a mí, yo sé que hoy ya no encuentro placer en protestar por cosas que en el fondo sé están en mi control y dependen de mi decisión. Sé que ya no me funciona el autoengaño. Y meto la pata, y me equivoco, y lo seguiré haciendo, pero sé que ya no disfruto de la "resaca" después de que mis caprichos me dominan. Las decisiones correctas cuestan, es cierto. Implican sacrificios a veces. Pero lo barato sale caro. Y lo caro trae una satisfacción que lo barato no nos puede dar.

Y después de golpearnos la cabeza por años aplicando la misma fórmula y esperando obtener un resultado diferente, un buen día juntamos coraje… o simple curiosidad, o ambos, y probamos el método jamás probado.

y…

…surprise!

era cierto!

Dios sí veía el cuadro completo, y sus sugerencias eran parte de un plan mejor!

Y eso es adictivo, porque después de haber probado el buen vino, el paladar no vuelve atrás y ya no se siente tentado por el vino en caja… (otro clásico de la época de la facu, entre paréntesis, ese vino que te emborracha sólo con levantar la tapita del tetra-pack).

Vale la pena probar un método diferente. Vale la pena el susto que implica dar un salto de fe, cuando ya está demostrado que algunos de nuestros planes no tienen efecto en los demás, o que nuestras excusas ya no nos consuelan, o que nuestras protestas a Dios nunca lo mueven a regalarnos algo mediocre.

La vida es demasiado corta para no probar cosas buenas. Demasiado corta para no animarse.

Al menos yo, ya no quiero perder valioso tiempo con métodos dudosos.

…y vos?

Advertencia: si estás de acuerdo con esta última frase, podrías estar revelando tu edad :)